El Entorno 2

Junto a su intrínseco valor patrimonial, los geoglifos se sitúan en un territorio distinguido por un excepcional patrimonio natural y riqueza histórica, completando un cuadro sin par.

 El Norte Grande de Chile destaca, entre otros, por la belleza de sus áreas silvestres protegidas, la particular flora y fauna tanto del Altiplano como del desierto reputado como el más árido del mundo, y los laboratorios naturales de investigación para Ciencias como la Astronomía, Geología, Microbiolgía, Astrobiología, Oceanografía y, por supuesto, la Arqueología.

Humberstone © patrimoniocultural.gob.cl
Cascada fósil de travertino, Huatacondo

Entre las numerosas quebradas que desembocan en la Pampa del Tamarugal destaca la quebrada de Huatacondo, con su espectacular fisiografía y un escenario geológico singular, ambas constituyendo paisajes únicos. El pueblo homónimo alberga una cascada fósil de travertino y varios sitios arqueológicos, mientras que, en el curso inferior de la quebrada, la localidad de Tamentica conserva un sector con abundantes y espectaculares petroglifos, asociados a un recorrido caravanero y la presencia de dos sitios arqueológicos como son Ramaditas y la aldea de Huatacondo.

Huellas de dinosaurios, quebrada de Chacarilla

Otra excepcional quebrada es la de Chacarilla, que contiene sitios con icnitas o huellas fósiles de dinosaurios saurópodos y terópodos datadas como pertenecientes al Período Jurásico, declarados Santuario de la Naturaleza el año 2004.

Verdaderas gemas son los salares de la Región de Tarapacá, como el de Llamará con sus “puquios” -manantiales de agua- y los estromatolitos, objetos hoy de numerosos estudios de geomicrobiología. El Salar Grande de Tarapacá, por su parte, resalta por ser el mayor yacimiento de sal (cloruro de sodio) conocido y con características únicas a nivel mundial.

Puquios de Llamara
Poblado de Pica

© I.M. Pica

De sus pintorescos pueblos, no puede dejar de mencionarse el Balneario de San Andrés de Pica (Flor de Arena), de data prehispánica, que antaño abasteció de vino a la actividad minera española de Huantajaya y a la Industria Salitrera, pasando, en 1850, a convertirse en un pueblo agrícola. Sus aguas termales y el cultivo de frutas como mangos, guayabas y cítricos (el famoso “limón de Pica”), lo convierten en un oasis de descanso, con su singular iglesia de 1620.

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