Por Guillermo Chong, presidente de Fundación Geoglifos de Tarapacá. *Columna de opinión publicada en La Estrella de Iquique, lunes 16 de agosto de 2021.
Nuestro desierto, cuando nos acepta, nos muestra algunos de sus espacios secretos cuya existencia no la imaginábamos. Muchas veces nuestra historia oficial tampoco sabía de ellos.
En la región de Antofagasta hay un cantón salitrero de nombre Aguas Blancas. Está a unos 90 km al sureste, de la ciudad capital de la región. Varias oficinas salitreras, mejor dicho, sus ruinas, se distribuyen en algunos cientos de kilómetros cuadrados.
Estas ex oficinas, como era común, tienen nombres femeninos, normalmente en honor a las esposas de sus dueños. Eugenia y Petronila dos de ellas y también otra de triste recuerdo. Están las “tortas” de relave; las murallas de adobes semi derrumbadas con la ausencia de sus techos puertas y ventanas como ojos vacíos mirando la pampa; sus cementerios de tumbas abiertas y sus basureros generosos en recuerdos como botellas de fondo redondo que llegaban con limonada desde Belfast, trozos de porcelanas europeas incluyendo Sevres, tarros de té Kornimans, restos de cartas y libros…
Para quienes conocen del salitre, de su devenir, sus historias y sus detalles, de sus paisajes y conversaciones, la visión de este pasado representa una repetición del destino de cientos de oficinas salitreras saqueadas y destruidas viciosamente a través del tiempo. En este caso hay algo diferente y eso lo puede reconocer el ojo de un enamorado de su tierra quien verá una diferencia en los numerosos laboreos mineros. Su tamaña distribución, escasa profundidad y ubicación en laderas de cerros es diferente a las clásicas calicheras donde se beneficiaban nitratos. Lo que sucede es que, en Aguas Blancas, varias de sus oficinas explotaban exclusivamente sulfatos de sodio de nombres complicados como thenardita y mirabilita, sales fundamentales para la fabricación de papel. Esta explotación fue durísima, manual y exigente, y requirió una obra de mano de cientos de mineros hasta su fin junto con el siglo XX.
La lejanía de estos recintos mineros y el aporte de privados, han permitido que hoy podamos ver rastros de un pasado de esos sulfateros, pampinos de ley que constituyeron un hito en nuestra rica historia minera a la cual damos, sistemáticamente, la espalda.